La migración no es un delito: Exijamos derechos que no conocen fronteras

"Hace un año dejé a mi bebé y emigré a Brasil. Dejé mi país, Venezuela, porque dependía del trabajo jornalero para sobrevivir. Cuando crucé la frontera, no me quedaba dinero y tuve que vender plátanos en la calle durante unos meses. Hice lo que pude para comer y sobrevivir. Por desgracia, los que se aprovechaban de mí también eran venezolanos, que me hacían trabajar muchas horas, me pagaban muy poco y tardaban mucho tiempo en pagarme. Hoy confío más en los brasileños que en mis compatriotas. Fue muy difícil acostumbrarme a un nuevo idioma. Creo que los gobiernos deberían promover servicios de información sobre trabajo y estudio para los emigrantes, para facilitarles la adaptación al cambio de lengua y cultura". - Alberto, venezolano, 21 años.